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domingo, 20 de julio de 2025

 En los años 1960, Deng Xiaoping estaba políticamente marginado. Había sido purgado durante la Revolución Cultural por ser “demasiado pragmático”. Mao lo llamó “el número dos del camino capitalista”. Pero Deng no se rindió.

Durante una reunión en el pequeño poblado de Nanning, en la provincia de Guangxi, un joven funcionario le preguntó:
—Camarada Deng, ¿cómo resolver el atraso económico sin desviarse del socialismo?
Deng lo miró y dijo, sin levantar la voz:
—“No importa si el gato es blanco o negro, mientras cace ratones.”
Esa frase, que parecía una simple metáfora rural, se convirtió en el principio rector de toda la reforma económica china.
Años después, cuando fue rehabilitado por Mao y luego tomó el liderazgo tras su muerte, Deng usó ese mismo principio para justificar la apertura de zonas económicas especiales, atraer capital extranjero, permitir propiedad privada… ¡todo bajo bandera roja!
Occidente aplaudía pensando que China se volvía capitalista.
Deng sonreía para adentro, sabiendo que el socialismo seguía su curso silenciosamente.
Pese a las apariencias externas y a la confusión generada por la coexistencia de capital privado, China no ha abandonado el camino del socialismo. Al contrario: ha adaptado su estrategia para continuar avanzando hacia él bajo condiciones históricas concretas. La llamada “economía de mercado socialista” no implica una claudicación ante el capitalismo, sino una herramienta transicional que permite el desarrollo de las fuerzas productivas sin renunciar al control político del Partido Comunista y la primacía de los intereses colectivos.
El Estado mantiene la supremacía sobre los sectores estratégicos, selecciona y forma cuadros dirigentes mediante criterios políticos, y articula una gobernanza que somete incluso al capital privado al marco del socialismo con características chinas. A través de mecanismos como el Frente Unido, los Congresos Populares, y las campañas de rectificación ideológica, el PCCh ha consolidado una forma inédita de dictadura democrática popular, más compleja y resiliente que los modelos clásicos.
China no se volvió capitalista. China está construyendo el socialismo paso a paso, sin romanticismos ni dogmas, con pragmatismo estratégico, pero con una dirección ideológica clara: que el socialismo chino sea irreversible, eficaz y, en última instancia, un modelo alternativo al orden liberal occidental. Como dijo Xi Jinping: “El Este está en ascenso, y el Oeste en declive”.



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